Hayley Goleniowski y su esposo Bob esperaban con ilusión a su segunda bebé. Tenían ya una niña muy saludable, Mia, que hacia las delicias de la pareja.
El embarazo fue totalmente normal, lo único particular fue que en el tercer mes de embarazo detectaron una medida inusual del cuello de la bebé y les dijeron que podía ser Síndrome de Down. Como la probabilidad era de 1 en 300, decidieron no llevar a cabo más pruebas, (la amniocentesis conlleva importantes riesgos) y se olvidaron del asunto.
La pareja escogió tener a su segunda hija en casa. Las parteras llegaron cuando ya era casi el momento del nacimiento. Todo parecía normal y en calma hasta que la niña nació y fue entonces cuando se prendieron las alarmas.
Natalia estaba azul y no respiraba, Hayley y Bob se dieron cuenta de que algo andaba muy mal cuando la partera empezó a aplicar procedimientos de emergencia y una ambulancia llego inmediatamente para llevárselos al hospital.
Mientras los padres esperaban en una habitación contigua, los médicos luchaban para salvar la vida de la pequeña. Luego de una espera de cuatro horas el especialista salió de la sala de emergencia a hablar con la pareja para informarles que su hija estaba críticamente enferma y además tenía Síndrome de Down.
Helen recuerda las palabras exactas de su esposo en ese momento. Bob dijo inmediatamente: ‘’Bueno, ella es nuestra bebé y nosotros la amamos de cualquier forma’’. Su hija mayor Mía también la adoro desde que la conoció.
Pero Hayley estaba impávida. Se encontró incapaz de ver a la pequeña. Sentía que quería regresar a casa y olvidar que había tenido un bebé, por terrible que sonara.
Las cosas no mejoraron cuando vio a Natalia. La miró en la incubadora y pensó que no era hermosa y que ni siquiera lucia como su bebé. Sentía que había tenido un alíen.
El medico les advirtió que la niña tenía dos orificios en su corazón y que los próximos días serian críticos. Bob inmediatamente pensó en bautizar a Natalia en el hospital y así fue.
Esa noche la pareja fue enviada a casa y sucedió que al día siguiente la madre comenzó a conectar con su hija.
Cuando la volvió a ver al día siguiente rodeada de tubos y aparatos sintió compasión y deseó con todo su corazón que su hija viviera.
Luego de pasar tres semanas en el hospital pudieron traer a Natalia a casa. Pero nadie les aseguró que su hija podría caminar o hablar en el futuro. Estaba casi siempre enferma, la familia entraba y salía del hospital y la niña estaba constantemente tomando antibióticos.