Somos una familia de cuatro miembros, papá, mamá, una niña de once años y un niño de ocho. Siendo muy felices y con la bendición de que Dios nos regalara una niña y un niño, nuestra familia estaba completa.
Estimamos tener los recursos (físicos y económicos) justos
para los cuatro y por lo tanto decidimos, naturalmente, quedarnos con ese
número de miembros.
Quisimos asistir al Encuentro para conocer y compartir con
otras familias que como nosotros, también luchan a diario para superar los
retos de la vida diaria sustentados en la fe en Cristo y acompañados por la
Iglesia.
Una de las abuelas se animó a acompañarnos y así fue como
nos alistamos, los cinco, a participar del Congreso Teológico Pastoral y de los
Encuentros con el Santo Padre.
A veces parece que olvidamos que los seres humanos somos
generosos y tendemos a la bondad. Estamos acostumbrados a mirar el lado malo de
las cosas y nos cuenta creer que pueda haber en el mundo gente dispuesta a
abrir su corazón a quien lo necesite, sin importar que se trate de un extraño o
hasta cinco desconocidos!.
La noche antes de partir a Milán supimos que nos acogería
una familia numerosa. Se trataba de la mama, el papa y cinco hijos entre los
cuales había un par de morochos.
No entendíamos como una familia que parecía ser ya demasiado
grande (y probablemente con bastante trabajo) estaba lista para recibir en su
casa a otra familia completa con abuela y todo.
Por si fuera poco, en el mismo correo previo a nuestra
llegada, les confirmamos que la abuela tenía necesidades especiales pues había
sufrido polio de pequeña y sufria secuelas que requerían de arreglos particulares.
Desde que llegamos a Milán nos sentimos acogidos con un
cariño enorme. Los dueños de la casa insistieron que nos quedáramos en su
habitación y a nuestros hijos y a la abuela los hospedaron en las habitaciones
de sus hijos, mientras toda la familia milanesa se fue a acampar junta a un
solo cuarto pequeño y muy sencillo en colchonetas.
Así, nos cedieron su casa, todas sus comodidades y sus
recursos a nosotros, los extraños.
Durante los días que estuvimos juntas las dos familias rezamos
juntos el rosario y compartimos algunas de las historias de los pequeños y
grandes milagros que Dios ha obrado en las dos familias. Supimos por ejemplo
que durante una peregrinación, la mamá y el papá milaneses, separadamente y sin
conocer la oración del otro, pidió a Dios que llegara otro hijo y poco tiempo
después se entraron que tendrían morochos; Dios le había enviado a cada uno el
regalo por el que había rezado!
La familia anfitriona cuidó de todos nosotros, nos alimentó
y hasta ropa nos metió en la lavadora (y nos la devolvieron doblada y
planchada)!
Durante el Congreso Teológico Pastoral, escuchamos a los
expertos hablar de la importancia de la familia como el lugar idóneo para el
desarrollo de la persona y como recurso
para la sociedad. Se evidencio una vez más que la familia es el recurso más
valioso de la humanidad.
Pero la generosidad de la familia que nos acogió, nos hizo
reflexionar personal y profundamente sobre el mensaje del Papa Benedicto XVI:
En la familia se experimenta que la realización del ser humano es dar. La
donación gratuita a los demás es lo que ‘enciende en el corazón la luz de la
paz que ilumina al mundo’.
La experiencia que nos dejo el VII Encuentro Mundial de la
Familia en Milán nos ha llenado de la fuerza necesaria y la confianza para
abrirle las puertas sin egoísmos a la vida.
Hemos decidido abandonarnos en El Señor y recibir con todo
el amor del mundo a los hijos que Él nos quiera regalar.