Vía Yulia Okutina, Igor Belogurov, RIA Novosti
El último domingo de noviembre, cuando Rusia celebra el Día de la Madre, la casa de Vera Yegórova se llena con sus 17 hijos que pertenecen a tres generaciones diferentes.
Ninguno de ellos es su hijo biológico, pero Vera es su madre de verdad, la que los ha criado, educado y sobre todo los ha querido.
El último en llegar a su hogar fue Artiom Savéliev, un niño abandonado por su madre adoptiva estadounidense.
Su familia empezó a crecer en 1996 cuando de camino al trabajo compro un periódico para leer sólo las noticias de las primeras páginas y descifrar los crucigramas, como solía hacer.
Algo le hizo abrirlo por las páginas centrales donde vio un artículo titulado “Madre por profesión”. Los directores de la Aldea SOS estaban buscando “madres SOS” para niños ‘’huérfanos sociales” (término empleado en Rusia para referirse a los niños apartados de hogares negligentes o abusivos).
Aunque Vera no tenía ninguna experiencia cuidando niños, aquel mismo día se armó de valor y decidió mandar una carta a la dirección que aparecía en el periódico. Cuatro días después la presidenta de las Aldeas SOS rusas, Elena Bruskova, concertó una entrevista con Vera.
Pasados unos meses de formación especial, recibió a sus primeros hijos. “Esperaba a mis primeros hijos con mucha inquietud y emoción. No dejaba de imaginarme cómo entrarían, cómo me mirarían, si les gustaría la casa, si yo les caería bien”.
Sabía por la experiencia de sus colegas que cuando venían hermanos de una familia, muy a menudo los mayores se negaban a entrar y los menores se echaban a llorar. Por eso su preocupación era comprensible. “Temía que me pasara lo mismo. Entonces llegaron cinco hermanos. Estaban tan tristes, tenían una mirada tan dulce, parecían tan buenos… Los quise desde el primer momento”, cuenta.
Así fue cómo aunque nunca tuvo hijos biológicos pudo cumplir con su sueño de tener una familia grande y una casa llena de niños a quienes oír reír y llamarle mamá.
Así fue cómo aunque nunca tuvo hijos biológicos pudo cumplir con su sueño de tener una familia grande y una casa llena de niños a quienes oír reír y llamarle mamá.
“Nunca escogí a los niños, siempre acojo a los que me proponen. Nunca he leído sus historiales. Si me mandan a un niño, por algo será. Es nuestro destino vivir juntos”, cree ella.
Los niños del primer y segundo turno ya son mayores trabajan y tienen sus propias familias. Han dado tres nietos a Vera. Pronto habrá un cuarto.
En los días festivos, la casa de Vera acoge hasta 40 personas: sus niños mayores vienen a visitar a su madre, la persona más cercana y querida. Nunca vienen sin regalos, ideas o recetas nuevas. Cuando vienen sus niños mayores Vera puede descansar. Cada uno hace su tarea, unos cuecen las patatas, otros las fríen, otros friegan...
Los niños del nuevo turno ya se han acostumbrado a los mayores, aunque nunca han vivido juntos. “Es muy importante que los pequeños vean cómo es nuestra relación con los mayores. Así entienden que, al entrar aquí, nunca estarán solos”, comenta Vera.
Vova, del primer turno de niños dice: “Me gustaría que nunca nos separáramos. Aunque tenemos sangre diferente, somos almas gemelas”.
Dentro de un año Vera alcanza la edad para jubilarse, pero espera que los directores de la Aldea la dejen cuidar de los niños que viven ahora con ella. Les quedan unos 14 años hasta la mayoría de edad. Sus hijos son su gran alegría y su compañía junto con su esposo Vasilii.