Sarah y Bernard fueron los mejores amigos antes de comenzar su noviazgo. Siendo adultos jóvenes y aun estudiantes de la universidad, decidieron comprometerse.
Nadie entendía por qué siendo tan jóvenes deseaban casarse. En vez de recibir felicitaciones y muestras de alegría, eran bombardeados con frases de ‘alarma’ recordando que aún estaban estudiando y que deberían esperar algunos años hasta que los dos estuvieran graduados, hecho una carrera y dado el depósito para una casa.
Inicialmente la pareja conversaba y explicaba su decisión, especialmente a sus padres, pues Sarah y Bernard entendían que los padres tenían el deber de cuidar por el bienestar de sus hijos. Pero descubrieron que a pesar de sus explicaciones los amigos, colegas y conocidos estaban desconcertados con sus ansias ‘prematuras’ de un compromiso para toda la vida.
La gente empezó a decirles que el matrimonio era conveniente, pero no antes de graduarse, ni antes de haber hecho los arreglos para ser dueños de una casa o acumular suficientes anécdotas sobre los sitios visitados y las culturas experimentadas. La mayoría de los conocidos sostenía que solo cuando esos objetivos eran logrados entonces la gente podía casarse.
La pareja no llenaba ninguno de esos ‘requisitos’ y aunque Bernard ya trabajaba a tiempo completo en la industria de la ingeniería civil, para el resto del mundo simplemente no era el momento. Algunos hasta les decían que era tonto el simple hecho de andar fantaseando con la idea.
A pesar de todo y de todos, Bernard y Sarah sintieron que estaban listos y que su decisión era la adecuada en términos reales: sus temperamentos eran compatibles, tenían las mismas creencias y los mismos objetivos en la vida. Habiendo vivido la castidad antes del matrimonio se dieron cuenta de que lo importante no era vivir confortablemente sino abiertos al don de la vida y a los sacrificios que esta postura implicara. Se encontraron bendecidos por Dios y llamados a contraer matrimonio y a formar una familia.
Si la gente los llamo irresponsables por decidir contraer matrimonio, eso no fue nada comparado con decirles que esperaban su segundo hijo (desafortunadamente perdieron el primero durante el embarazo). Hasta los dueños de las tiendas y las señoras mayores sentían la necesidad de recordarles ‘lo mucho que costaba un niño por estos días y con el agravante de que ambos estaban estudiando!’ La gente los trataba como si en vez de pedir una cita con la partera deberían pedir una con un psiquiatra! En la calle les preguntaba cosas terribles como: y van a tener al niño? o no estaba planeado, verdad?.
En el mundo egocentrista en el que vivimos a nadie se le pasa por la mente que casarse y tener hijos es un don, sino que esta parece ser una opción indeseable hasta que haber disfrutado de otras cosas ‘más importantes’. La realidad casarse demasiado mayores trae consecuencias indeseables tanto para el cuerpo como para el alma como la perdida de la posibilidad de tener hijos y más dificultad para adaptarse a una nueva vida en pareja luego de haber vivido por largos años solo.
Con 24 y 22 años, Bernard y Sarah no habían recorrido el mundo, ni terminado sus estudios, ni tampoco habían comprado su propia casa.
Pero decidieron casarse aun cuando no cumplían con los requisitos sociales para poder hacerlo. Hoy tienen tres pequeños y disfrutan de la familia, el trabajo y la fiesta.