El 26 de junio de 1978 nacía en el Reino Unido, Louise Brown, se iniciaba la época de los niños probeta y de las técnicas de fecundación in vitro. El acontecimiento revolucionó el mundo científico, y la industria de la reproducción humana asistida, actualmente se estima que nacen 250.000 niños al año en el mundo producto de tecnologías reproductivas.
Con las tecnologías reproductivas también aparecieron dilemas éticos y legales que aún no han sido resueltos. Temas como: las madres sustitutas, las madres solteras fecundadas con espermatozoides provenientes de un banco de esperma, las parejas del mismo sexo que buscan convertirse en padres artificialmente, mujeres fuera de la edad normal de reproducción, fertilización in vitro postmorten, las “abuelas madres” utilizadas como madres sustitutas de un óvulo de la hija previamente fecundado, los niños con ‘tres padres’ y los hermanos-medicamento; son hechos cuestionables éticamente cuyas implicaciones empiezan a conocerse.
La procreación no es un mero hecho científico, es producto de la entrega mutua de un hombre y una mujer, una donación corporal y espiritual que trasciende el acto mismo y que forma parte del amor y consagración permanente. Esa entrega da lugar a la familia, el núcleo fundamental de la sociedad y lugar ideal para el desarrollo de los seres humanos.
Los niños que llegan a formar parte de una familia tienen el derecho a tener padres conocidos, a ser formados y educados en el seno de una familia heterosexual y biparental donde se garantice el desarrollo integral de su identidad y personalidad.
Este derecho le fue negado a Louise M. Brown, quien ha expresado en varias oportunidades:
“Soy una persona engendrada por inseminación artificial, alguien que nunca conocerá la mitad de su identidad… Es sorprendente cómo se puede perder el sentido de identidad e integridad. Supongo que actúo igual que el donante. Y, como mis pensamientos, opiniones y comportamientos están a años luz de la mayoría de los miembros de mi familia, nunca he podido sentirme como una pieza del rompecabezas en las reuniones familiares…”
Otro ejemplo es The Anonymous Project, un sitio web donde se comparten testimonios de quienes han sido víctimas de la fragmentación familiar producto de las tecnologías reproductivas.
El proyecto cuenta historias desgarradoras, entre las que se puede leer:
‘Soy un ser humano, sin embargo fui concebido con una técnica que tiene sus orígenes en la ganadería de animales. Aun peor, los ganaderos mantienen mejores registros genealógicos de su ganado que los que guardan las clínicas de reproducción asistida para la gente de mi época. También me hace sentir muy incómodo el hecho de que mi genes fueron aportados por dos seres humanos que nunca se enamoraron, que nunca bailaron juntos, que nunca se conocieron’’.
Estos seres humanos son una muestra dolorosa de que los hijos deben ser concebidos dentro del matrimonio como el resultado de un acto de amor y entrega mutua. Cualquier caso diferente viola los derechos del niño por nacer privándolo de una relación filial con sus orígenes paternos que obstaculiza la maduración de su identidad personal.